por Pau Faus. Publicado en artscoming.com
En julio de 2009 se presentó el resultado del taller ‘We Can Xalant: Laboratorio de arquitecturas nómadas y autoconstrucción’. Fue durante la jornada de puertas abiertas que, como cada verano, cerraba el curso del centro Can Xalant de Mataró. Para los miembros del equipo que ideamos y coordinamos ese proyecto (Lucas Gilardi y Gustavo Diéguez del colectivo a77 de Buenos Aires, Cristina Riera de Trànsit Projectes y un servidor) se trataba de una celebración más que justificada. Se cerraba así un intenso proceso de trabajo de más de ocho meses que contó con la participación de una amplia variedad de artistas, agentes locales y colectivos vecinales. El objetivo de ‘We Can Xalant’ era construir un nuevo pabellón en el patio de Can Xalant, aprovechando al máximo los restos de la antigua obra ‘Xiringuito Mataró’ de Tadashi Kawamata, incendiada y destruida parcialmente un año atrás. Pero la gran novedad que el proyecto presentaba era sin duda la CX-R (Can Xalant-Rulot), una prótesis nómada acoplada al conjunto que permitiría al centro ampliar su radio de acción en el espacio público.
Cuatro años y medio después, y con motivo de la controvertida exposición ‘Un dilema. El arte contemporáneo y la inversión en la incertidumbre’ en el centro Arts Santa Mònica de Barcelona, esa rulot recobró de nuevo un protagonismo. Su privilegiada ubicación dentro de la muestra (en la terraza del centro, a los pies de la Rambla de Barcelona) la convirtió en el foco de diversos debates sobre la pertinencia de una exposición que molestó profundamente a un amplio sector de las artes visuales de Cataluña. La CX-R estuvo exhibida en esa terraza más de dos meses hasta que el pasado 19 de enero una enorme grúa la depositó de nuevo en el camión que la llevaría de vuelta a las dependencias municipales donde se encuentra almacenada. Muchas cosas han cambiado desde ese verano de 2009. Es por ello que he creído oportuno rememorar ahora los orígenes, y parte del recorrido, de esta pequeña rulot amarilla. Confío en que su biografía -vinculada inevitablemente al devenir de Can Xalant- sirva para entender mejor lo acontecido en los últimos meses.
La historia se remonta a principios de 2009. En ese momento el equipo responsable del proyecto ‘We Can Xalant’ ya llevábamos varias semanas trabajando en el encargo. Se habían tomado ya algunas decisiones básicas, entre ellas la de trabajar exclusivamente con materiales reciclados. Pero lo que centraba por esas fechas nuestros debates era la formalización de la prótesis nómada. Empezamos -inevitablemente- imaginando extraños y sofisticados carromatos móviles, más influenciados por nuestros admirados Archigram que por el sentido común. Progresivamente, y mientras todas esas ideas caían por su propio peso, fuimos entendiendo que la prótesis nómada que necesitaba Can Xalant no debía ser “una carroza” que requiriera continuamente de grúas, camiones o permisos especiales para circular. Todo lo contrario: su éxito debía radicar en su autonomía, en su libertad de movimientos por el espacio público. La lista de candidatos se redujo así de golpe y surgió la idea de la rulot. Tras las pertinentes indagaciones, descubrimos que las rulots de menos de 750 kg eran las que ofrecían un mayor grado de autonomía, ya que no requieren ni de matriculación propia ni de seguro obligatorio, solo deben pasar la ITV una única vez y cualquier vehículo (con un acople instalado y un duplicado de la matrícula) las puede transportar.
Se inició de este modo la búsqueda de una rulot buena, bonita, barata y ligera. Gracias a nuestra colaboración con la empresa Arca del Maresme (responsable de la planta de reciclaje vecina a Can Xalant, de donde terminaríamos sacando todos los materiales para el proyecto) logramos el contacto de un camping de la Costa Brava. Parecía ser que su propietario acumulaba varias rulots viejas que estaba dispuesto a vender a buen precio. Eran rulots abandonadas como moneda de cambio por clientes que al final del verano no pudieron pagar lo acordado. De allí acabó saliendo nuestra prótesis nómada, más tarde bautizada solemnemente como CX-R. Un bonito ejemplar de la desaparecida marca belgaCaravan De Reu, fabricado en 1969 y que, por supuesto, no tenía ningún papel en regla.
El difícil y largo proceso que comportó “dotar de autonomía” -lo llaman “legalizar”- esa pequeña rulot, supuso, a mi modo de ver, el mayor logro del proyecto. Fue allí donde nuestra firme decisión de trabajar únicamente con materiales reciclados se enfrentó a la complejidad legal que esto puede llegar a implicar. Quién haya intentado adecuar un vehículo de más de 40 años de antigüedad a la normativa actual entenderá a lo que me refiero. Los ajustes y documentos necesarios para lograrlo son incontables, entre ellos -y no es broma- una homologación del mismísimo Instituto Nacional de Técnica Aéreo-Espacial. Finalmente, y tras superar con éxito la Inspección Técnica del Vehículo (último escollo de todo este proceso), se pudo obtener la tan ansiada legalización.
Tras ese verano de 2009, la CX-R comenzó su andadura. Durante los años que siguieron, la nueva prótesis nómada de Can Xalant fue interpretada y utilizada de modos muy diversos. Fue espacio expositivo, residencia artística, escenario de conciertos, aula escolar, sala de reuniones, oficina móvil, anuncio ambulante y proyector de cine, entre algunos ejemplos. También su libertad de movimientos y su capacidad de interacción pudieron ponerse a prueba en diversos contextos. Así, por ejemplo, mientras en otoño de 2009 la CX-R itineraba por diversos institutos de Mataró con la propuesta artístico-educativa ‘Zona Intrusa 3’ (Oriol Fontdevila y La Fundició), en verano de 2011 esa misma rulot recorría tres mil kilómetros por la costa mediterránea con la maravillosa exploración ‘Camping, caravaning, architecturing’ (Miquel Ollé y Sofia Mataix).
Con el paso del tiempo la CX-R acabó convirtiéndose en la imagen más identificativa de Can Xalant, en su icono. Aunque ese mérito, evidentemente, no le correspondía a ella. La rulot no hacía más que reafirmar los principales objetivos del centro: la apuesta por la producción, la vocación de servicio público y la búsqueda de nuevas formas de interacción fuera de los límites convencionales del arte. Pero, a pesar de que Can Xalant cumplió sobradamente con cada uno de estos objetivos, el triste final que vivió el centro es conocido por todos.
A finales de 2010, la derecha catalana ganó las elecciones autonómicas y sustituyó a la coalición de izquierdas que había gobernado Cataluña en los últimos siete años. El vuelco ideológico se confirmó, un año después, con las elecciones municipales de 2011. La derecha vencía de nuevo y accedió a los principales ayuntamientos de Cataluña, entre ellos el de Mataró. En 2012, el nuevo consistorio de Mataró anunció el cierre de Can Xalant para finales de año. A pesar de que la medida se enmarcó dentro del contexto generalizado de recortes presupuestarios, el trasfondo era claramente ideológico. La decisión estaba tomada de antemano, bien madurada durante los largos años de oposición, tanto local como autonómica. A la habitual destrucción del legado ajeno que estos relevos ideológicos suelen provocar, aquí se le añadió una firme determinación por erradicar la autonomía conquistada (en los últimos años) por algunos centros de arte.
Esta nueva política cultural generalizada provocó un creciente malestar en el sector. A la muerte anunciada de Can Xalant, se le sumaron otros centros cuyo futuro también era incierto. La gota que pareció colmar el vaso fue el cierre fulminante, en febrero de 2012, del Espai ZER01 de Olot (otro municipio que vivió un relevo ideológico tras doce años de gobierno de izquierdas). Ante la indignación unánime del sector, el conseller de Cultura, Ferran Mascarell, anunció, en marzo de 2012, la creación y el impulso de la “nueva” red de Centres d’Arts Visuals de Catalunya. La inclusión de Can Xalant entre los ocho centros que conformaban la red invitó de nuevo al optimismo. Ese día, la nueva directora de la red de centros, Conxita Oliver, afirmó: “Todos estos centros son y hacen la red, no se dejará a ninguno de lado”. Pero nueve meses después, y ante la absoluta indiferencia de la Generalitat, el ayuntamiento de Mataró ejecutó el cierre de Can Xalant. En la actualidad, el resto de centros de la red sobrevive a base de recortes, cambios de dirección o periodos indefinidos de inactividad.
Tras el desmantelamiento de Can Xalant, el proyecto ‘We Can Xalant’ quedó inicialmente en estado de abandono, hasta que, a mediados de 2013, acabó siendo derribado. Mientras parte del material se tiró a la basura -o tal vez regresó a la planta de reciclaje vecina-, algunos elementos del proyecto sobrevivieron y se trasladaron a un almacén municipal. Entre ellos se encontraban, afortunadamente, la CX-R y sus valiosos permisos de circulación.
El 19 de noviembre de 2013, la CX-R reapareció en escena. El motivo de su regreso fue la ya mencionada muestra ‘Un dilema. El arte contemporáneo y la inversión en la incertidumbre’ en el centro Arts Santa Mònica de Barcelona, una amplia y variada selección de trabajos surgidos, durante los últimos años, de la red de Centres d’Arts Visuals de Catalunya. La exposición llevaba el sello del Departament de Cultura de la Generalitat. Pocos días antes de la inauguración, el conseller Mascarell apareció -de nuevo- y declaró que “la red de centros está más viva que nunca”. Esta afirmación exasperó -de nuevo- a gran parte del sector de las artes visuales, conocedor de primera mano del estado ruinoso de la supuesta red. Pero esta vez, no sólo el gobierno (responsable de esta penosa situación) indignó al sector apropiándose de un legado cuyo mérito no le pertenecía; sino que, además, el comisario de la muestra nos descolocó a todos equiparando la incertidumbre del contexto actual a una suerte de campo de potencialidades. De este modo, y pasando de puntillas por las principales causas de esa incertidumbre, el debate quedó -por arte de magia- desconflictivizado.
Las contradicciones eran de una inocencia inusual: ¿Es legítimo reflexionar sobre “la incertidumbre” cuando la reflexión la promueve el principal causante de esa incertidumbre? ¿No es cuanto menos irónico reivindicar “la inversión en la incertidumbre” cuando el principal motivo de esa incertidumbre es precisamente la falta de inversión? ¿Y es realmente necesario convertir, justo ahora, “la incertidumbre” en el enésimo eufemismo que esconde -tras la máscara de lo económico- una cruzada claramente ideológica? Lo que no se le puede negar a ‘Un dilema’ es que reabrió el debate. ¡Y de qué manera! En pocos días la exposición fue interpretada por muchos -entre los que me incluyo- como un flagrante ejercicio de hipocresía institucional. Otros, en cambio, defendieron su pertinencia y reivindicaron por encima de todo el valor de las obras seleccionadas, entre ellas la rulot de Can Xalant. La CX-R no se exhibió en la muestra como un proyecto en sí -muy acertadamente debo confesar-, sino que albergó en su interior el excelente trabajo -no me cansaré de repetirlo- ‘Camping, caravaning, architecturing’ de Ollé y Mataix. Pero, como era de esperar, y más allá de su contenido, la simple presencia de la CX-R en la terraza del Santa Mònica resucitó el fantasma de Can Xalant. Mientras la gran mayoría consideró que la ubicación de esa rulot (en ese pedestal y en ese contexto) era un claro gesto de desconsideración hacia la historia reciente de Can Xalant, otros pocos argumentaron que la ubicación de la CX-R en ese preciso lugar era, por el contrario, un modo de honrar al desaparecido centro de Mataró. ¿Será que se honra al ciervo colgando sus cuernos en casa del cazador?
Tras el final de la muestra, en enero de 2014, muchas de las preguntas que suscitó ‘Un dilema’ siguen abiertas. Lo que está claro en esta historia es que la CX-R, tras su paso por el Santa Mònica, se encuentra de nuevo en un depósito municipal. En uno de esos lugares donde se almacenan carrozas de Navidad y de Fiesta Mayor. Allí, convertida precisamente en lo que nunca quiso ser, la rulot espera a que alguien la saque nuevamente a pasear. Quisiera recordarle al próximo que decida hacerlo que en algún cajón del ayuntamiento de Mataró se encuentran todavía sus permisos de circulación. Tal vez así, cuando la CX-R vuelva a viajar, lo haga al menos sin grúas, ni camiones, ni permisos especiales.
Pau Faus, 2014